Un día más en la península de Krabi, caminábamos por las calles de Ao Nang buscando una linda playa, era el segundo día en el lugar. El primer día fuimos a la playa principal, y ahora recorríamos otros lugares en búsqueda de algo más.

Luego de caminar cuarenta minutos llegamos a otra playa que no nos gustó demasiado y decidimos volver a la anterior. Y en esa vuelta comencé a hilvanar imágenes mentales sobre varias cosas, una de ellas sobre lo necesario que es valorar la belleza del momento que se experimenta. Muchas veces sentí esta sensación de realización actualizada del instante, sin embargo cada tanto me dejaba llevar por esa necesidad construida en mi cabeza que me pedía algo diferente a lo que estaba siendo. Y en ese estado de ingenuidad no me daba cuenta de esta gran debilidad hasta que finalmente comencé a viajar y moverme, fue ahí cuando todo comenzó a calmarse de a poco y una vez más.

En esos recorridos psico-mentales uno comienza a fluctuar entre la capacidad para contemplar y la fricción por seguir en ese andar y finalmente escapar. Sin embargo ese andar puede traer necesidades ficticias, que pienso que hay que erradicar, y en ese camino creo estar.

Fue entonces cuando volvimos a la playa, vimos un grupo de amigos árabes que jugaban fútbol mientras el sol caía, mi amigo Kevin hacía ejercicios en la arena y, tanto turistas como locales comenzaban a prepararse para el ansiado momento de la hora mágica. Yo por mi parte decidí caminar a lo largo de la playa con mi cámara, fui hasta la montaña que custodia la extensa ribera y volví hacia donde se encontraban los barquitos que llevaban personas a otras islas cercanas.

Me quedé observando el partido entre los paisanos que exteriorizaban con fuertes gritos sus ganas por ganarle al otro equipo. El sol caía lentamente y yo miraba y apreciaba cada instante de esa gran escena. Varios grupos de mujeres asiáticas se reunían con sus celulares esperando el momento justo de la caída del sol para obtener una buena selfie en el momento exacto. Una chica me pide que le saque una foto y luego ella me devuelve el favor con otra captura mía del instante.

El sol seguía cayendo.  Los colores del cielo cambiaban a tonalidades cálidas; los rojos, los rosas, los naranjas y los ocres teñían no solo el cielo sino la arena, los rostros, las sombras y los reflejos del mar de Andaman.

La alucinación del momento fue incrementando cuando todo se fue aconteciendo y sucediendo en el espacio que todos habitábamos en ese mágico instante. Los brillantes ocres se saturaban y mezclaban con los rosas de las nubes y al esconderse el sol en el horizonte todo cobró fuerza propia. Un estado de serenidad invadió el lugar, me invadió a mí, internamente, miré para arriba y seguí retratando el cielo, las sobras y los personajes que se movían como visiones de un cuadro sin tiempo que continuaba pintándose cada momento.

Entonces dejé la cámara y me sumergí en el mar con los últimos rayos de luz que impregnaban mi corazón abierto, que sanaban viejas heridas de estados olvidados en la sequía del ayer. Floté mirando hacia arriba mientras anochecía y vi cómo las primeras luces de la ciudad ya se reflejaban en el oscuro mar. El silencio se hizo piel cuando la tierra, el aire y el agua siguieron su curso y todo fue armónico una vez más, todo fue uno, en ese instante me di cuenta que no había que buscar mucho más, solo contemplar.

Me recordé a mí mismo una idea que venía dando vueltas en mi cabeza hace tiempo, Hacer de los viajes algo mágico, intentar construir la utópica idea de que podemos transformar nuestras experiencias como viajeros en hechos místicos y fantásticos.


Pensar en la posibilidad de crear experiencias que nos eleven como seres que tenemos la única oportunidad de transitar esta tierra y convertir ese recorrido en un acontecimiento fabuloso.
Que cada uno de nuestros pasos esté impregnado de conciencia, que nada pase desapercibido, que la curiosidad sea el estandarte y la empatía sea la bandera de esta navegación sin rumbo.

Y finalmente el poder pensar en la construcción de vínculos como algo necesario para el espíritu, pero que seamos capaces de encontrarnos y conocernos en la soledad de nuestro ser mientras apreciamos momentos como estos.

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